lunes, 14 de enero de 2019

LA GATA

Hola, 
Te paso este link del que puedes bajar gratis el primer capítulo de un libro que lleva tu nombre como parte del título. 
Me gustó mucho, ojalá que a ti también. 
Saludos. 

Diez minutos después, ella vendría hasta mi cubículo de trabajo -donde me encuentro atornillado frente a la pecé-, me sorprendería por la espalda tomándome los hombros con ambas manos, luego rodeando mi cuello con ambos brazos y ladeando su largo y bien cepillado cabello hacia el lado izquierdo -produciéndome un escalofrío al rozarme con su arete- para estamparme un sonoro beso en la mejilla izquierda. Sorprendido, yo voltearía el rostro, instante que ella aprovecharía para propinarme un jugoso beso en la boca, así de medio lado y frente a todos en la oficina. Al retirar su boca de la mía, su nariz de la mía, su cara de la mía, tendría sus ojos delante de los míos, su sonrisa delante de mi estupor, su alegría delante de mi incredulidad y su perfume adormeciéndome. Acto seguido, yo giraría mi silla de trabajo ciento ochenta grados para verla alejarse de mí, caminando como una gata apetente y sin compasión alguna por ninguno de los boquiabiertos colegas de trabajo que verían la escena. La estocada final sería voltear hacia mí, decirme “gracias” en mudo, guiñarme un ojo y bambolear sus cabellos. 

Diez minutos después, vino. Se apareció por detrás mío, sí. Se dirigió a mí, sí, y me preguntó ¿quieres uno? sin que yo pudiera, debido a la abstracción en que me encontraba, darme cuenta de su presencia. Sorprendido, volteé el rostro y vi la cajita de chocolates abierta frente a mí. Levanté la mirada. Ella sonreía. Hice un reconocimiento del terreno. Todo su cuerpo reposaba en su pierna derecha. Una mano sujetaba la cajita; la otra, se apoyaba en la cintura, haciendo escuadra con el brazo. Gracias, dije descomputado, sin atinar a nada más. Al contrario, gracias a ti, dijo casi susurrando; luego me dedicó un guiño y se fue. Giré mi silla de trabajo ciento ochenta grados para verla alejarse de mí y para seguir emborrachándome con tan edénico perfume. Efectivamente, a su paso dejó boquiabiertos -y además picones- a todos mis colegas de trabajo que veían la escena y que empezaron a reclamar sus chocolates. La estocada final fue el bamboleo de sus cabellos como consecuencia de un giro arrogante de cabeza seguido de un empinamiento de su nariz. 

No fue lo mismo, pero fue igual. 

©LevAlbertoVidal/06jun2016 

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