lunes, 14 de noviembre de 2022

EL CHARLIE WATTS CALETA



No me causó pena la noticia del fallecimiento de Charlie Watts, como sí me sucedió con otros músicos o artistas. Talvez porque no lo admiraba, porque no me gustaba su toque. 

Estos días he leído sobre él. Una noticia jaló otra. En 2016, Watts fue el número doce en la lista de la revista Rolling Stone de los 100 mejores bateristas de todos los tiempos. Suficiente. Perdí el interés por saber quiénes más formaban parte. Nunca le interesó el showbusiness, ni vio MTV, ni publicó un tutorial en Youtube; no tenía un baterión, no hacia solos. Para mi gusto, era un batero duro, que redoblaba demasiado y con figuras sincopadas que no cuadran en el rock’n’roll; sin embargo,  rescato algunos arreglos percusivos, como el final en “Paint it black” -un símil con el “Bolero” de Ravel- y el swingsazo en “Slave”, lleno de punche, tocado con hartas ganas, bien rockero. Casi no sonreía; a veces tenía la mirada media perdida mientras tocaba, pero reconozco que ese perfil bajo me gusta. Se parece a mí. Sin poses, sólo tocamos la batería. 

Nunca fue ostentoso; sin embargo, vestía elegante fuera del escenario y dentro de él destacaba por no tener el mismo look que los otros stones. Parecía poco carismático, pero creo que era, sencillamente, parco, incluso con la prensa. Y supo dominar al monstruo de la fama, al que la gran mayoría sucumbe de inmediato. 

Nunca vi, en su momento, las fotos que se tomó con Elton John, Ringo Star o Neil Peart, entre otras estrellas, ahora republicadas. Fue a partir de su muerte que comencé a conocer a este abuelo de única nieta y descubrir su mundo desconocido para mí: su pasión por el jazz y los conciertos en los que él sí era la estrella, el entrevistado, el querido, reconocido y más aplaudido, el seguido por las cámaras, el hombre de los close ups, ajeno a cualquier pose, el relajado en la batería, el sonriente Charlie que disfrutaba como chancho acompañar un walking y hacer contacto visual muy filin con los músicos de su quinteto jazzero. Diametralmente diferente de lo que acostumbraba mostrar con los Rolling. 

Me gustó saber que en la madrugada posterior a un concierto le metió un puñete a un Jagger bebido porque lo llamó “su baterista”, algo muy frecuente entre los cantantes estrella o algún endiosado primera guitarra. Me sentí vengado. Y que refiriéndose al trasero del mismo Jagger visto desde su banco en la batería, dijera sonriendo que “es una de las mejores vistas del país”. Tenía su genio el hombre. 

Su muerte visibilizó al músico caleta, su rostro feliz, el orgullo por su trabajo. Me causó pena descubrir tarde a un artista entregado a su pasión, a un hombre sencillo, volcado a su familia, respetuoso y reposado y que ejecuta la batería jazzera con simpleza, gusto y corazón. "Charlie Watts me da la libertad de volar en el escenario", comentó Keith Richards alguna vez. Es el mejor cumplido para un baterista.

(c) LevAlbertoVidal/set2021

P.D. Este ensayo lo escribí al mes del fallecimiento de Charlie Watts (agosto del 2021), durante un taller de escritura.