martes, 12 de noviembre de 2019

LA TORTUGUITA SIN NOMBRE

foto: LevAlberto

Chiquita, tronco, cola y patas morados, caparazón absurdamente redondo y colorinchudo, mezcla de puntillismo y expresionismo francés. A cualquier distancia parece una pelotita de fútbol. Hasta que le ves la cabeza: verde, como un cucharón rebosante de menestrón elevándose por sobre la olla. Es lo único que se mueve de ella. Un dispositivo muy sencillo permite que esta extremidad del único souvenir de mi visita a El Ñuro, una descansadísima playa norteña, se mueva hacia arriba, abajo, derecha o izquierda según sople el viento o soples tú o lo mueva un temblor, como hace cuatro días.

            
En el lugar, te cuentan que las tortugas marinas habitan esa zona hace mucho tiempo y que luego de la construcción del embarcadero y del desarrollo de los menesteres pesqueros, su curiosidad las empujó a acercarse a la playa, al punto de ser hoy su principal atractivo y eje del comercio turístico de la zona.

¡Vieran cómo los niños de toda edad se bañan junto a ellas!

Yo, que no tan en el fondo también soy un niño, me uní al grupo de bañistas. Confieso que fue muy incómodo. Tenía la sensación, cuando pasaban cerca de mí, de que me morderían los pies; por eso me bañaba en cuclillas. Y las pequeñas ondas que generaban a su paso ¿o debería decir nado? me producían unos escalofríos tremendos. Mi consuelo era pensar que habiendo tantos pies alborotados, no mordería justamente los míos. 
    
Diez minutos estoicos fueron mi prueba de valor. Salí del mar, caminé por el muelle en dirección a la orilla y me bañé ahora sí lejos de ellas, relajado. Me revolqué en la arena desde los pelos hasta las patas y me zambullí repetidas veces en ese mar de Dios, que de seguro, es una idea muy próxima de lo que me espera en el paraíso.

Quise ponerle nombre cuando le dije “éste es tu sitio”, al lado de la laptop. Diez meses después sigo pensando. Si fuera mi hija, porque asumo que mi tortuguita es hembra, ya habría decidido su nombre con anticipación y a la mierda los demás que vinieran a decirme ponle así, ponle asá… Pero es, sencillamente, otro de tantos recuerdos que tengo sobre mi escritorio, ya con cara de mostrador de mercachifle. Sin embargo, me mira, con resignación creo. Vive a la espera, moviendo la cabeza al compás de la bocanada que entra por la ventana. Es mi compañera de tipeo. Vemos telenovelas colombianas en YouTube. Se come las migajas que caen al escritorio cuando como pan. Y duerme tarde, como yo.

Cómo, pues, le vas a poner un nombre pescao del aire, mijo…

©LevAlbertoVidal/26nov2015

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