domingo, 30 de julio de 2023

MAÑANA...

Tu sonrisa de hoy es la razón por la que volveré mañana, le dije algunos minutos después de entrar por primera vez al pequeño restaurante dentro del mercado donde trabaja, cansado de la misma sazón desabrida de los contiguos menús económicos y luego de pensar varias veces si sería prudente decírselo pues de repente su marido es el dueño o el cocinero o su papá o su tío malo, si iría corriendo a contarle al marido que el cabeza blanca la había piropeado delante del otro cliente que compartía la misma mesa cuatro que el cabeza blanca, y que este otro cliente o comensal, no sé con qué frecuencia viene a comer, había soltado un mmff medio divertido y cómplice seguramente por el atrevimiento del cabeza blanca, o mejor dicho, por su poca o nula vergüenza o impudicia de soltarle así nomás un piropo a una mujer, más aún por ser ella quien es en el restaurante y por estar en una situación y lugar inopinados, pero se lo solté de una buena vez y de una sola porque sí, porque ella ya la había ofrecido en otras mesas, a la sonrisa me refiero, y yo la había advertido y la venía siguiendo con estos ojos por entre las mesas y clientes que esquivaba al caminar y porque por qué me habría de quedar con las ganas de decírselo, con ese nudo amarrado al pescuezo, ya pues, y si el marido se aparecía a pedirme cuentas le ofrecía disculpas, total no sabía que es casada, que cómo iba a saber que es tu mujer, ya está hombre, no le falté el respeto ni a ti tampoco, por el contrario halagué algo bonito de su persona y bueno si te incomoda todavía y para dejar las cosas de este tamaño me disculpo otra vez o tranquilo me voy a almorzar a otro lado y sanseacabó; pero ella se sonrojó hasta hacerce beterraga, se quedó de una pieza de pie frente a mí como cuando te pillan haciendo algo pecaminoso, yo sentado con una sensación un tantito inquieta por la satisfacción de habérselo dicho y otra sensación gustosa como de un placer escondido que me iba brotando en la cara y en el cuerpo y que empezaba a notarse según me iba subiendo la temperatura y me arremangaba la camisa y se me dibujaba ese placer entre una y otra oreja; y entonces le empezó a temblar el edificio de platos que acababa de recoger de la mesa vecina y había venido a la mía a traerme el cuchillo que olvidó poner al momento de tomarme la orden y se le olvidó para qué había venido a mi mesa porque se quedó muda como quien piensa para qué vine o qué vine a hacer yo aquí, hasta que se quebró algo en el ambiente, unos gritos de una muchedumbre levantada en protesta que salían de un noticiero por tevé, y ella como que volvió a la vida, creo que respiró de nuevo, sí, y vino un suspiro doble, de ella y del que comía a mi lado en la mesa, casi al unísono, y ese céfiro aligeró la carga del momento, disipó la escena congelada, provocó una risa sucinta y nerviosa en ella y le relajó el brazo tenso que sostenía la vajilla en la que otras personas habían apurado apurados su almuerzo para regresar al trabajo y laxó también su rostro chaposo pues como que ya empezaba a circular el aire nuevamente por la tráquea, cosa que yo y el cliente o comensal a mi lado pudimos notar clarito porque fue como un hipo callado que le saltó por el delantal sobre el pecho y sonrió primero con la levedad de la prudencia y segundo con el goce de la vanidad porque la sonrisa que me dedicó, que se hacía más genuina y desinhibida en tanto se enfriaba mi almuerzo, descubrió toda su ternura facial y desnudó su intimidad halagada; gracias señor le contestó al cabeza blanca con su vocecilla de ardilla amarilla del Parque Castilla, con sus labios amorenados y arrugados, el inferior más abembado que el superior, pero certeros ambos de su poder de incitación, que escudan una tropa de dientes de choclo en lata, y con sus ojos de sierra matutina plenos de ensoñación; así de pie frente a mí y por un tiempo mínimo talvez un segundo o tres o no sé cuánto posó su mirada en la mía, límpida y vehemente como un faro que me alumbraba con fuerza intestina y aunque incapaz en ese momento de afectar mi agudeza visual determinó durante el día una propensión a la alteración de mi ritmo cardiaco, asaz frecuente en la juventud; entonces ella se volvió y ya estaba enrumbando sus pasos cuando un ligero desequilibrio de su brazo que debió ser de su alma y se le reprodujo en el brazo ocasionó un balanceo en la ruma de loza y una súbita exclamación entrecortada que felizmente no trajo consecuencias funestas para la logística del restaurante y para su propio desempeño y dignidad y una vez salvado el percance siguió rauda su camino hasta desaparecer tras el vaivén de la puerta de ingreso a la cocina. 
Nadie vino a inquirirme. 

Mañana…

(c)LevAlbertoVidal/Ene2023


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