O te la hacen o uno siempre se lo pregunta al final de cada año o al comienzo del siguiente. Para extender la conversa, para comparase con el otro o consigo mismo o por la razón que fuere.
Para mí, como lector, fue bueno. Por segundo año
consecutivo, alcancé a leer 7 libros, no uno cada 2 meses necesariamente,
porque algunos los devoré en pocas semanas o días -como Un buen taxista es
difícil de encontrar (Aarón Alva) y Trem-bala (Martha Medeiros)- y porque otros
llevaron más tiempo por diferentes razones, sea porque se interpuso mucha carga
de trabajo o periodos en que preferí ver series o películas o, seamos sinceros,
una mayúscula desidia.
Lo concreto es que completé la lista con Aromas (Philippe
Claudel), Delirio (Laura Restrepo) -éste me voló la cabeza, tanto por la
historia como por la técnica de narración-, Martes con mi viejo profesor (Mitch
Albom), Maridos (Ángeles Mastretta) -una de mis autoras favoritas- y El velo
del miedo (Samia Shariff), que me cautivó más por la descripción de las
abominables violaciones de derechos que sufren las mujeres bajo el integrismo
musulmán que por la historia en sí.
Entre uno y otro también leí artículos sobre mi trabajo como
profesor, blogs y escritos de amigos, un comic de La metamorfosis, algunos
chistecillos y las ineludibles y nefastas noticias del acontecer diario, como
diría el rey de los huachafos. En la primera mitad del año, fui invitado a ser
juez en un concurso. Leer cuarenta y cuatro cuentos no fue una tarea, sino una
distracción, un placer, una huida obligada de este mundo. Y un gran
aprendizaje. Deberían invitarme todos los años.
Por tener más de 800 páginas, aún sigo leyendo desde el año
pasado un libro delicioso de ensayos y crónicas de Mariana Enríquez -otra
autora que idolatro-, El otro lado. También quedó pendiente el clásico Madame
Bovary, del que leí unas ochenta y tantas páginas y lo dejé no sé por qué,
porque me gustaba la novela. Fue un artículo en internet sobre el bovarismo y
su relación con las actuales redes sociales lo que me llevó a comprarlo y
comenzar a leerlo. Ahora que lo pienso mientras escribo, una posible explicación
podría ser que me atacó una insatisfacción talvez climática -el frio y la
humedad de Lima- o psicológica -los astros míos no estaban bien alineaos,
chico- o conyugal, como le sucedió a la propia Emma.
Creo que no olvido ninguno. Pasemos a la música.
Fue bueno, también. Pudo ser mejor, pero tenía otros
horarios laborales que respetar. Aun así, fue mejor que el 2022 porque se
reanudó la actividad con uno de mis grupos, que llevaba una sequía prolongada,
y porque se concretó un proyecto que nos llevó, con otro grupo, a tener tocadas
mensuales que se prolongarán por los próximos dos años.
Tocar batería es una de mis pasiones y actividades favoritas. Nada
se compara a darle duro a los tambores y que la gente se divierta. Nada se
compara a la complicidad entre músicos que se revela en cada canción. Nada se
compara a lavar la camisa sudada al día siguiente del show. Además, tiene la
particularidad de hacerme bien al espíritu, al ego, a la salud y un poco al
bolsillo.
¿Y la escritura?
Debió ser mejor. Escribí poco, dos textos en mi blog, dos en
LinkedIn y también un par de capítulos de la segunda novela que comencé A.P. (antes de la pandemia). Lo bueno fue que me senté y escribí, saliera lo que
saliera, sin rascarme la cabeza ni perder tiempo, editando después, como debe
hacerse. Tal como estoy escribiendo este texto.
Finalmente, como profesor, una de mis mayores satisfacciones
del 23 fue volver a dictar el taller de escritores y descubrir -o mejor dicho,
constatar- entre mis alumnos y no alumnos, cuanta calidad literaria hay entre
nosotros. Y siempre será una alegría y un privilegio poder contribuir al
crecimiento personal y profesional de mis alumnos, viendo cada semestre cómo
perfilan su vida y sus sueños.
Gracias por el 2023.
¡Quiero un 2024 mejor, mucho mejor!
¡Sea!
(c) LevAlbertoVidal/enero2024
Originalmente publicado en https://www.linkedin.com/pulse/el-2023-fue-bueno-para-ti-lev-alberto-vidal-tkg3e
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